martes, 25 de septiembre de 2012

Avistamiento de tiburones y cetáceos


A mi ver bichos en su entorno natural me pone, qué queréis que os diga. Por gustar, me gustan hasta los vídeos de gatos. Eso sí, prefiero observar a un escarabajo pelotero feliz sobre su bosta de elefante, que a un tigre en una jaula dando vueltas sobre sí mismo. El turismo de naturaleza, además, y siempre que se realice de forma respetuosa con el entorno, contribuye a la educación y al desarrollo de una conciencia medioambiental (aparcamos el tema del turismo sostenible de momento, para no andarnos por las ramas).


Tadoussac: donde hasta el cementerio es coqueto

Dentro de este tipo de turismo, el avistamiento de cetáceos y tiburones es una de las actividades más emocionantes y atractivas que existen. Y les garantizo que, después de la experiencia, el exotismo de la sopa de aleta de tiburón ya no les parecerá tal, sino más bien ignorancia y falta de escrúpulos.
Existe un pequeño pueblecito al norte de Québec, en el fiordo de Saguenay (que desemboca en el estuario del San Lorenzo), que resulta ser uno de los mejores lugares del mundo para el avistamiento de ballenas. Todo en Tadoussac (Québec, Canadá) parece pertenecer a otro tiempo, desde su emblemático Hotel New Hampshire, estilo Belle Époque, pasando por las idílicas casitas con su sempiterna valla blanca, hasta el coqueto cementerio (¿en serio he calificado un cementerio de “coqueto”? Nunca pensé que uniría esas dos palabras en una misma frase). El pueblo tiene un carácter eminentemente turístico, y aunque este detalle podría, en teoría, causar cierto rechazo al viajero en busca de lo auténtico, en Tadoussac esto no sucede. Existe un equilibrio, un amable entendimiento entre el visitante y el visitado.
Existen diferentes empresas que realizan excursiones para avistar ballenas, pero la diferencia estriba, en mi opinión, en el tipo de embarcación. Las enormes barcazas que, a bocinazo limpio y quemando combustible a mansalva, persiguen a las ballenas, cargadas de turistas hasta la bandera (las barcazas, no las ballenas) tienen menos encanto que una noche de bodas en un motel de carretera. En cambio, las lanchas motoras, para un máximo de 8 personas, permiten vivir una experiencia más exclusiva y emocionante. Los cetáceos que se suelen ver en Tadoussac son la ballena jorobada, la beluga y la ballena enana. Incluso a veces, con suerte, se puede avistar alguna ballena azul. La temporada de ballenas va de mayo a octubre. Nosotros tuvimos la suerte de ver la ballena jorobada y la ballena enana (que no jorobada y enana, ya sería demasiada desgracia para una sola criatura). Por cierto, como veis en la foto, la ballena enana no se corta un pelo al acercarse.

Turistas siendo avistados por ballena enana

Otro de esos lugares increíbles es Gansbaai (Western Cape, Sudáfrica). En este caso el pueblillo es poco más que una calle-carretera y un par de urbanizaciones. Nada que comentar a este respecto. La cuestión es que, a pocos km. de la costa, surgen un par de islotes infestados de focas (infestados, sí, no hay un cm2 sin una foca encima, y no solo eso, sino todo el ruido que meten y cómo huelen…). Y qué tendrán que ver las focas en este artículo, me diréis: pues mucho, ya que es uno de los alimentos preferidos del tiburón blanco, y el canal natural que separa ambos islotes se ha convertido en lo que los lugareños llaman “el drive-thru para tiburones”.

Tiburón blanco: una sonrisa para la cámara

El primer gran impacto tiene lugar en el puerto, cuando observamos las embarcaciones varadas con sus jaulas vacías de acero reforzado, esperando a llenarse de turistas sedientos de emoción. No se quedarán insatisfechos. La experiencia de sumergirse entre tiburones, de ver cómo se desencaja la mandíbula del escualo al prepararse para morder, el olor del cebo, los “ohmygod-ohmygod-ohmygod” de la turista británica de al lado… no tiene desperdicio. Al contrario de lo que pueda parecer, la actividad es apta para casi todo tipo de públicos, ya que las jaulas no llegan a sumergirse por completo – la cabeza de los participantes queda fuera del agua – y por tanto no es necesario saber nadar o bucear. Otro tema es la fortaleza coronaria de cada cual y el riesgo de jamacuco inminente.
Podríamos hablar también del Golfo de México, de la zona de Vancouver, o de nuestras islas Canarias – sí, sí, ahí mismo, donde quieren realizar las prospecciones petrolíferas… - pero lo dejaremos para otra ocasión, no vaya a aguarnos el buen rollo de este post. Espero haberos puesto los dientes largos (nunca mejor dicho), yo estoy ya rumiando el próximo artículo. Que tengáis un buen día.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Catarátas del Niágara: cuando lo "touristy" llega a lo "freak", y aun así (o precisamente por ello) tiene gracia

No os voy a contar lo increíbles que son las “Niagara Falls”: el que no haya estado, fácilmente puede acercarse al videoclub o descargarse por Internet (legalmente por supuesto) “Superman II” o “Niágara”, aunque yo le recomiendo el viaje. Este post no trata de eso. Aquí vamos a hablar de todo lo que rodea a la excursión a las cataratas, lo que no aparece en el encuadre de la postal, así como de los matices histriónicos y surrealistas de esta visita.


Niágara: el espectáculo va más allá del fenómeno natural
Las excursiones a las cataratas desde Toronto son habituales y se pueden contratar directamente desde la mayoría de los hoteles. Como el trayecto es larguito, las agencias organizadoras completan la visita con otras paradas, como la visita a las bodegas de Dan Aykroid (“Cazafantasmas”, “Mi novia es una extraterrestre”) y pueblos como Niagara-on-the-Lake, donde uno puede encontrarse desde una limusina Hammer a una pareja de viejecitas total-look Isabel II paseando del brazo.
Finalmente llegamos a Niagara Falls (Ontario, Canadá), que se alza sobre la parte canadiense de las cataratas, y recibe el sobrenombre de “Capital Mundial de la Luna de Miel”. Es una urbe al mismo borde de las cataratas donde se aglutinan cadenas hoteleras y de comida rápida, grandes rascacielos y en fin, todos los arquetípicos elementos de la cultura americana. En el río, las barcazas llamadas “Maid of the Mist” (no es una, sino un montón, que van y vienen constantemente, tanto desde la orilla estadounidense como desde la canadiense, que es la que estamos comentando en este post) navegan cargadas hasta la bandera de turistas enfundados en los inmensos chubasqueros azules (canadienses) o amarillos (estadounidenses) que reciben al adquirir su ticket. Yo aún lo tengo y me ha salvado de un par de apuros, oyes. El momento culminante llega cuando nos cruzamos con una pareja de novios, ella de blanco y largo, y con “crocs” rosas, él galante y engominado.
¿Tourist trap? sin ninguna duda. Pero el espectáculo está asegurado. Y luego están también las cataratas, claro.

Terracina - Italia en versión superlativa pero real


¿Un posible escenario para Juego de Tronos?

Os podría hablar largo y tendido de los 15 días que pasé en Terracina (Latina, Italia), pero al final nada define mejor aquél viaje que nuestra llegada a las 11 de la noche, con treintaitantos grados y 100% de humedad. Cómo arrastrando nuestras maletas por las callejuelas, plazoletas, muralla arriba y abajo, los lugareños a los que íbamos preguntando en un patético itañolo por la situación de la casa donde nos alojábamos se unían a nosotros en comitiva, preguntando a voces a su vez a otros vecinos que acababan también acompañándonos. Cómo tras más de una hora de subir y bajar escalones, de patearnos el adarve de la muralla (una callejuela que hoy día da acceso a muchas viviendas del casco antiguo) con nuestros trolleys Samsonite absurdamente fuera de lugar, de preguntarnos de qué estarían hablando (nadie hablaba otra cosa que no fuera italiano), llegamos por fin a la casa que nos había cedido nuestro querido amigo Lele. Cuán efusiva fue la despedida de aquellas gentes que nos habían ayudado y cómo rechazaron amablemente nuestra invitación a tomar una cerveza o un helado en la plaza la noche siguiente. Nos quedamos dos inolvidables semanas en aquel pueblo, pero no volvimos a ver a ninguna de aquellas personas. Sin embargo, para mí, ellos son Terracina, y nosotros, unos pobres extras despistados en una película de Fellini o Berlanga.

PS: si alguna vez vais a Terracina, procurad llegar de día y recordad que, en su casco histórico, los mapas sirven de poco.